La Cabernet Sauvignon es considerada por muchos “la reina de las tintas”. Su fácil cultivo y capacidad de adaptación a diversos climas la ha convertido en una de las variedades más populares del mundo. Sus uvas dan origen a vinos intensos, tánicos e ideales para la guarda. A pesar de lo que parece, se trata de un varietal bastante nuevo, producto de un cruce entre la Cabernet Franc y la Sauvignon Blanc durante el siglo XVII en el suroeste de Francia. Actualmente, en Argentina hay cerca de 15 mil hectáreas cultivadas, principalmente en Mendoza, San Juan y La Rioja. Estos vinos se caracterizan por su color granate profundo y su aroma a frutos rojos, pimiento y hojas frescas, según las zonas y sistema de cultivo utilizado.

El Cabernet Sauvignon es un vino ideal para añejamiento; el paso por barrica aumenta su complejidad y concentración, y ayuda a suavizar sus fuertes taninos y acidez. A la hora de pensar el maridaje, es un vino ideal para acompañar con comidas contundentes, gustosas y grasosas. Un buen corte de carne vacuna a la parrilla, carnes de caza, pastas, guisos y por supuesto, quesos. En este caso, va muy bien con quesos cremosos como el Camembert o Gorgonzola.

En el siglo XX, la Cabernet Sauvignon tuvo su apogeo, especialmente en Burdeos, Francia donde todo comenzó. El vino de Burdeos está íntimamente ligado a esta cepa, es como el lugar de nacimiento de la vid, y los productores de todo el mundo han investigado arduamente para tratar de reproducir su gran estructura y complejidad. Sin embargo, la gran popularidad de Burdeos le ha valido varias críticas a la Cabernet. Muchos la han catalogado como como «uva colonizadora», por ser plantada en regiones vinícolas emergentes a expensas de variedades locales únicas. En nuestro país, el Malbec sigue siendo protagonista pero muchos enólogos coinciden en que el potencial del Cabernet Sauvignon no tiene techo y aún hay mucho camino por desandar.

Fuente: Baco Club