La serie Cowboy Bebop de Netflix sigue con bastante fidelidad al animé original y es entretenida, aunque tiene algunos puntos flojos. La música vuelve a ser protagonista de esta historia. 3, 2, 1… Let’s Jam.
Por Werner Pertot
Quienes hayan llegado a ver el mítico canal de cable Locomotion, recordarán que había un animé (dibujo animado japonés) que se destacaba por sobre los otros: Cowboy Bebop. Fascinó a toda una generación la historia de unos cazarrecompensas medio losers en un futuro donde las naves espaciales hacen juego con los casinos galácticos y una tierra que finalmente destruimos y abandonamos. No era la trama solamente lo que brillaba: era la combinación de las historias con una banda sonora inseparable de la serie (que, de hecho, no tenía capítulos, sino “sesiones” como en el jazz).
Luego de la caída de Locomotion la serie se pudo seguir viendo en distintos lugares, el último de ellos, Netflix que la subió como antesala del lanzamiento de la adaptación con actores y actrices (live-action) de Cowboy Bebop. La nueva versión conserva mucho del espíritu de la original y retoma muchos de los “casos” del animé. Aunque algunas de las historias de los personajes no están tan bien resueltas como en el animé.
El animé Cowboy Bebop (en el original カウボーイビバップ Kaubōi Bibappu) fue creado en 1998 por el director Shinichiro Watanabe y contó en 26 capítulos la historia de cuatro personajes: Spike Spiegel (un ex gangster cool, colgado y con un amor profundo por los noodles), Jet Black (un ex policía devenido cazarrecompensas tras una traición), Faye Valentine (que perdió su memoria al estar demasiado en un sueño criogénico) y Ed (una niña hacker). Al grupo lo completaba un perrito adorable y con una inteligencia sobrehumana (o sobreperruna) llamado Ein. Son una banda de perdedores que siempre están rascando el fondo de la olla de fideos y pimientos por falta de plata y buscando la siguiente recompensa (aunque las cosas les suelen salir mal).
Es difícil definir lo que fue Cowboy Bebop, que se planteaba como “un nuevo género en si mismo”, pero que combinaba elementos de distintas tradiciones cinematográficas. Todo en el animé original tenía onda: los personajes, la animación, las peleas violentas, las historias de traiciones, los criminales a los que trataban de atrapar: desde un payaso del infierno armado hasta los dientes hasta ecoterroristas disfrazados de nutria, pasando por un experto en explosivos que quiere cuestionar al sistema volando edificios con ositos de peluche. Pero lo que más le daba su marca característica era la música, compuesta por Yoko Kanno, quien volvió a reversionar sus temas para la serie de Netflix.
Quien haya escuchado alguna vez la presentación de Cowboy Bebop (Tank! se llama el tema, interpretado por The Seatbelts) la reconocerá en cualquier lugar, con esa mezcla de serie de James Bond de los setenta, estilo retrofuturista y un alma jazzera inclaudicable.
El animé tuvo éxito en Japón en los noventa (aunque al principio la censuraron) y luego en otros países, al punto de que en 2001 tuvo una película que se estrenó a nivel internacional. Se llamó Knocking on Heaven’s Door o simplemente: Cowboy Bebop. The movie. Fue un cierre de dos horas –aunque en la cronología de la serie se ubica antes de los capítulos finales- en el que Shinichiro Watanabe lo dio todos. Luego el mismo director participaría de los Animatrix, los animé que siguieron a la primera de las Matrix de las Wachowski.
La química entre el trío de cazarrecompensas uno de los logros del animé y en buena medida se sostuvo en la adaptación de Netflix. Hay que decir que esta nueva versión logra recrear grosso modo el espíritu original de la serie y se aleja de los fiascos habituales de adaptaciones del animé a live action como las de Dragon Ball (qué ganas de olvidarla), Death note, Attack on Titan o Full Metal Alchemist que dan vergüenza verlas.
De verdad, la serie es muy fiel al animé original: retoma los casos que resuelven, muchos de sus personajes característicos y hace, por supuesto, algunas modificaciones. En líneas generales logra hacer un producto atractivo y con momentos muy graciosos (hay una pelea en el baño que nunca olvidarán). La serie brilla más cuando sus realizadores se zarpan y se van al carajo (como en un corto que presentaron antes de la serie, llamado The lost session, en el que Spike toma una de las líneas que dividen la pantalla y la usa como un palo para golpear a sus enemigos). Si hay un problema con la serie de Netflix , es tal vez que toma menos riesgos de los que me hubiera gustado. Contra cierta noción de los puristas del animé, hubiera querido que se alejara un poco más de la historia original. Y sí, que se fueran un poco más a la mierda con las bizzareadas (extrañé el capítulo del animé en que comían hongos alucinógenos).
Como decía el trío de protagonistas es sólido y los actores y actrices Jon Cho (Spike), Mustafar Shakir (Jet) y Daniella Pineda (Faye) logran una composición divertida de los personajes originales (nota al margen: Pineda sufrió bullying porque su cuerpo no se asemeja a la protagonista del animé y respondió irónicamente en un video que lamentaba no medir 1,82 y tener tetas gigantes y cintura de avispa. No se lo pierdan)
Es que, en la serie, Pineda mejoró notablemente al personaje de Faye Valentine: lo sacó del estereotipo sexista, la hizo divertida, astuta y por momentos sensible. Son más flojas, en cambio, las actuaciones de Alex Hassel como el villano (Vicious, un viejo socio mafioso de Spike) y la de Elena Satine como su viejo amor, Julia (que aquí es tan solo una sombra de lo que era en el animé).
Por otro lado, la adaptación cambió por completo el lugar de las personas LGTQBI+, que en el original no era más que usadas para hacer un chiste o para demostrar aversión. En la nueva serie aparece une personaje no binearie en un rol interesante y sumaron al guión un encuentro íntimo entre dos chicas (no spoileo quienes).
La fotografía es muy buena. Sin que los efectos especiales sean una locura, recrearon bastante bien el estilo galáctico noir y medio retrofuturista de la serie, entre el Western y los samurais. Y la música la rompe (todo mérito de Yoko Kanno). Aquí no solo acompaña, sino que tenemos debates sobre el jazz que tiene casi un tono tarantinesco.
En síntesis: no esperen que sea igual de bueno que el animé, pero igual permite pasar un buen rato. Así que nos vemos pronto, cowboys espaciales.
- Cowboy Bebop tiene 10 episodios y se estrena el 19 de noviembre por Netflix. También pueden encontrar allí el animé original, de 26 episodios.