La cata es el proceso mediante el cual se analiza organolépticamente un vino, es decir, a través de los sentidos. Compartimos algunos tips para hacerlo como los profesionales.
Cuando servimos una copa de vino, lo primero que entra en juego es la vista. Se observa el vino inclinando la copa a 45° sobre una superficie blanca para así ver la intensidad de u color. Los puntos a tener en cuenta son el brillo, el color y los reflejos. Al girar la copa, las gotas que caen por las paredes de la misma se denominan lágrimas o piernas.
La cata continúa con el papel decisivo de la nariz. Esta fase es muy importante y la antesala a probar el vino. En la nariz se encuentran diferentes aromas: los primarios, determinados por la composición química del varietal elegido; los secundarios, determinados por los diferentes procesos enológicos; y los terciarios, que provienen de la crianza y guarda del vino. Asimismo, todos estos aromas se complementan con la influencia del suelo y el clima.
Finalmente, el vino llega a la boca. En este paso se analizará el gusto, equilibrio, persistencia y posgusto del vino. En occidente, los gustos son 4: dulce, salado, amargo y ácido. Cada uno se percibe en distintas partes de la lengua y el sabor es la conjunción del análisis nasal y gustativo. La principal sensación la brindan los taninos, especialmente presentes en los vinos tintos. El equilibrio de un vino se logra a través de los taninos y la acidez. El posgusto es la descripción del recuerdo que deja el vino y su evolución.
Para mejorar la experiencia, recordá abrir con tiempo la botella de vino para que se oxigene y libere todo el potencial de sus aromas y procurá servirlo a la temperatura de servicio sugerida. Por lo demás, a seguir experimentando a través de los sentidos.