La novela de Frank Herbert fue llevada a la pantalla otras tres veces sin éxito. El director Denis Villeneuve intenta una obra grandilocuente y dividida en varias secuelas por venir.

Por Werner Pertot

Arrakis, el planeta desértico que soñó hace más de medio siglo Frank Herbert volvió a cobrar vida en el cine esta semana con el estreno de Dune del director Denis Villeneuve. La puesta en escena es masiva y ambiciosa en cada escena de la película, que nos informa de entrada que esta es la “Parte 1”. ¿Conseguirá Villeneuve lo que otros directores no pudieron en el pasado? ¿O será este otro fracaso, sumado a la pésima versión de David Lynch de los ochenta, a la miniserie del 2000 que ya todos olvidaron y al proyecto surrealista del chileno Alejandro Jodorowsky que fue cancelado antes de empezar? Solo el tiempo –y los números de la taquilla- lo dirán. Por ahora, tenemos un nuevo viaje a uno de los universos clásicos (y a su vez, más complejos) de la ciencia ficción, que cruza temáticas como el imperialismo, la ecología, el género y la religión. Todo mezclado con gusanos gigantes y naves espaciales. 

No es la primera vez que Villeneuve intenta hacer su adaptación de un clásico de la ciencia ficción: fue quien dirigió la secuela de Blade Runner, llamada Blade Runner 2049, que imagina una continuación para la novela de Phillip K Dick. Al igual que esa película, en Dune impone un tiempo que no es el de las películas de acción del estilo Star Wars (que, por otro lado, tomaron mucho del Dune original). 

Se toma su tiempo para construir lentamente a cada personaje, a cada facción política, para explicar cómo es ese futuro, los diferentes planetas y facciones en juego. Quienes conocen la obra de Herbert agradecerán el trabajo de orfebre sobre los detalles que tuvo el director en Dune. No obstante, corre el riesgo de haber hecho una película demasiado introductoria -la película abarca un poco más de la mitad de la novela y deja todo listo para su continuación- y lenta para el público en general. Lo que nos lleva al riesgo de que nunca veamos la segunda parte. 

En dos horas y cuarenta minutos, nos introduce a este universo 10 mil años en el futuro donde existen los viajes espaciales, hay un emperador de la galaxia y todo gira en torno a una sustancia psicotrópica que amplía la percepción, prolonga la vida y posibilita viajar por el espacio: la especia. Ese bien preciado se encuentra en un solo planeta: Arrakis, un lugar desértico, tan falto de agua que sus habitantes deben usar trajes especiales para reciclar cada gota de sudor y cada exhalación de humedad para volver a bebérsela. 

El juego político en Dune

Y allí empieza el juego político: una de las casas imperiales, la casa Atreides, es enviada a Arrakis a reemplazar a sus enemigos, los Harkonnen, como lugartenientes del emperador en la tarea de extraer, refinar y transportar la especia de ese planeta, donde vive un pueblo oprimido, los Fremen, en el desierto. Pero una traición acecha a los Atreides y apenas pisen Arrakis, el Duque Leto Atreide y su hijo, Paul Atreide, presentirán un destino trágico. Este último, junto a su madre, Lady Jessica, empezarán a ser alabados por una leyenda local, que lo sitúa a él como el Mesias que liberará a los Fremen de la opresión imperial. No por nada la primera frase de la película, dicha por una Fremen es: “¿Quiénes serán nuestros nuevos opresores?”.

dune

La novela

Toda esta complejidad, por supuesto, proviene de una de las novelas más originales de la ciencia ficción. La película de Villeneuve adapta al milímetro la novela de Frank Herbert que, publicada en 1965, sorprendió por su complejidad de tejes y manejes políticos entre las casas, su incorporación de temáticas ecológicas, por la presencia de personajes femeninos centrales (entre ellos, la orden de las Bene Gesserit, capaces de dominar con la palabra a los hombres, de controlar sus cuerpos y pelear como nadie) y por una temática política muy explícita.

Los rasgos arábigos de los Fremen (en sus vestimentas, en su lenguaje: le dicen “jihad” a la guerra contra los opresores, los soldados de Paul son los “fedaykin”, él es “Muab’Dib” o  “Lisan Al-Gaib”, el que los conducirá a la libertad), su enfoque religioso mesiánico, hacen que no sea difícil imaginar a Arrakis como algo no muy distinto a Afganistán. El hecho de que los protagonistas vienen a llevare un producto sin importarle la población (no es petróleo en este caso, es la especia), también le pone picante. No es tampoco difícil imaginar a los Atreides como Estados Unidos y a los Harkonnen como Rusia (su líder es el barón Vladimir Harkonnen). 

Herbert escribió su historia cuando estaba cerca de la bancarrota y no sabía que ganaría dos premios centrales de la literatura de Ciencia Ficción, como son el Nebula y el Hugo, y que sentaría las bases para mucho de lo que ocurrió después en la literatura y en el cine. Tras el éxito que tuvo, sus secuelas (El Mesias de Duna, Hijos de Duna) y las que hizo después su hijo, continuaron la saga, pero siempre la atención estuvo centrada en la primera novela y en los múltiples intentos de llevarla al cine.

Las adaptaciones fallidas

La más grandilocuente de las adaptaciones que nunca vieron la luz la intentó el director chileno Alejandro Jodorowsky a mediados de los setenta. En el documental de Frank Pavich de 2013, se reconstruye a través de todos los protagonistas el intento del realizador junto al productor francés Michel Seydoux de hacer una obra megalómana de 12 horas de duración que iba a incluir a Salvador Dalí como el emperador del universo, a Orson Welles como el Barón Harkonnen, a Mick Jagger como su hijo, a David Carradine como el Duque Leto Atreide y a Pink Floyd como banda de sonido. Lo más increíble es como Jodorowsky fue convenciéndolos uno a uno, al tiempo que armaba un libro –mezcla de guión y storyboard- con la ayuda del dibujante francés Moebius y del alemán Giger, que luego crearía el monstruo de Alien. El proyecto naufragó contra los molinos de viento que son los estudios de Hollywood.

Los derechos de Dune los compró luego el productor italiano Dino de Laurentiis y le dio el proyecto a un joven David Lynch, que debió luchar con un productor que quería una película convencional y más parecida a Flash Gordon que a lo que fueron luego las películas de Lynch. De hecho, le cortaron a hachazos la película y la hicieron entrar en dos horas, 20 minutos. El resultado fue un auténtico desastre, que todos prefieren olvidar. Lynch hace como que no existe la película, en la que podemos ver a un Sting en zunga haciendo de uno de los villanos, a un ¿joven? Patrick Stuart antes de ser Picard en Star Trek o el Profesor X en X-Men y a varios de los actores que luego harían la madre de todas las series contemporáneas, Twin Peaks. 

El tercer intento fue una miniserie hecha directo para cable llamada Duna, de Frank Herbert. La hizo John Harrison, quien tuvo el mérito de adaptar el libro complete en tres episodios de una hora y media. Fue producida por el canal Sci Fi y aquí se vio por el canal Hallmark. La recuerdo con cariño, pero es cierto que intentar verla hoy se hace difícil. Ya solo las vestimentas te hacen huir. Tuvo una secuela, Hijos de Duna, que fue tan rápidamente olvidada como la original. Tres intentos que no prosperaron, lo que le dio a Dune la fama de ser una obra infilmable. Por eso, vale la pregunta: ¿Conseguirá Villeneuve que las y los espectadores de 2021 se enamoren de esos desiertos peligrosos y futuristas? Yo quiero ver la segunda parte, así que sinceramente espero que sí.