A la hora de almorzar, ya sea en la ciudad, en el descanso laboral, o como turista, recorriendo una nueva ciudad, todos hemos acudido al famoso menú del día, que consiste en un plato específico y por lo general, bebida y postre incluidos en el precio.

El origen de este término data de 1965, cuando el Ministro de Turismo de España pretendía generalizar la costumbre que tenían muchos establecimientos de ofrecer un servicio especial al cliente, adaptado al mercado económico.

Algunos restaurante lo llaman menú ejecutivo, para darle más presencia a lo que suele ser una entrada, primer plato y un postre. Proveniente del latín minutus (pequeño), el menú se remonta a la Edad Media. En 1571, en el consejo de Condes, los comensales podían seleccionar sus platos de una lista un tanto amplia, ahora llamada carta o menú. Aunque la forma de redactar los platos de hoy, incluso con los vinos de posible maridaje, fue idea del duque Enrique de Brouswicky sobre 1849.

En el siglo XVIII, el restaurante Palais Royal de París colgaba pergaminos escritos a mano con la oferta del día para el conocimiento de sus clientes. El pintor y cartelista Tolouse Lautrec pintó varios menús a cambio de una buena comida.

El novelista galo Alejandro Dumas aportó la frase más idónea sobre lo que debe ser el menú al señalar que “el menú es una partitura orquestal, en la que todas las notas coinciden en la armonía del conjunto”.

Y definitivamente, ya que se trata de un documento ofrecido en los restaurantes en el que se muestra a los clientes una lista de posibles opciones disponibles para disfrutar del arte del buen comer.