Si algún turista en la sala tuvo el placer de pasear por las calles de Tokio y se sintió tentado por una fruta fresca, habrá notado para su asombro, que uvas, sandías, peras y manzanas son exhibidos como objetos de lujo y se venden a precios  exorbitantes.

Las frutas en el país nipón son cosa seria y además de que su forma tiene que ser perfecta, las piezas se venden por unidad y no por kilo. Incluso en tiempos de crisis, los japoneses no escatiman a la hora de comprar frutas, sobre todo para regalarlas, siguiendo la tradición muy arraigada en el país del ‘omiyage’, los pequeños presentes que pautan la vida social.

En Japón regalar fruta es una tradición y el precio y la calidad determinan el afecto o la estima que tiene el que regala hacia sus parientes, colegas de trabajo o incluso su jefe. Si las dos partes tienen el mismo estatus social los regalos son equivalentes: una persona que regala por ejemplo una caja de cerezas de 4.000 yenes recibirá a cambio unos mangos de 5.000 yenes cuidadosamente envueltos, porque eso sí: el envoltorio es igual de importante que la fruta.

En tiendas “gourmet” como Sun Fruits, en el lujoso centro comercial tokiota de Midtown, estas piezas varían entre los más de 262 dólares por un racimo de uvas de la variedad “Ruby Roman”, cultivadas en la provincia de Ishikawa (noroeste de Japón), los 199 dólares de las afamadas sandías cuadradas o los 16 dólares que cuesta un simple melón.

Fundada en 1925, esta “joyería” de fruta, que cuenta con unos 170 empleados repartidos en seis tiendas de Tokio, ofrece también confituras propias artesanales, menús con jugos del día, entre ellos el de naranjas de Valencia (España), dulces, almíbar y originales gelatinas que usan como recipiente el propio fruto.